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martes, 14 de mayo de 2013

Confesiones




Me confesó que se dejó llevar por la magia del momento, que se relajó y se entregó por completo al placer que le producían aquellas manos que tocaban su cabeza, a pesar de que en algún momento su larga melena rizada fuera un obstáculo. Puso sus cinco sentidos en explicarme la inenarrable paz que le produjo el correr  del  cálido aceite por su joven torso semidesnudo, mientras él lo iba repartiendo por sus brazos hasta llegar a la punta de sus dedos con un suave masaje. Me contó emocionada que lloró, que lloró desconsoladamente y que sus ojos derramaban lágrimas mezcladas de dulzura y amargor; que encontró el momento de paz que necesitaba consigo misma; que recordó tiempos felices, que por no dejar que le afectaran, había ido dejando voluntariamente en el rincón del olvido; que consiguió darse la tregua que tanto ansiaba para continuar sin temor y conseguir sus sueños. Puso mucho énfasis en la frase que para mí lo resumió todo.

- Qué inmensa paz me han dado sus manos!

Le confesé que no estaba convencida de querer hacerlo, o mejor dicho, de dejar que me lo hiciera. Mi situación era completamente diferente aunque existían puntos de conexión inevitables, pero tenía miedo a dejar aflorar mis debilidades. Al final no me resistí, era de tontos continuar con el quiero y no quiero. Si él estaba dispuesto, por qué negarme a algo que afirmaba que me haría tanto bien. Puse mis cinco sentidos en explicarle la inenarrable paz que me produjo el correr del cálido aceite por mi ya maduro torso semidesnudo, mientras él lo iba repartiendo por mis brazos hasta llegar a la punta de mis dedos con un suave masaje. Le conté emocionada que me sentí flotar, que reí, que fui feliz, inmensamente feliz y, lo mejor de todo, que nadie podía robarme ese momento, era mío y me lo había regalado él.

Lo vimos partir con la misma ilusión con la que había llegado, la misma que ponía en todo lo que hacía. Había encontrado el camino hacia su felicidad, que no era otra que la felicidad que pudiera dar a los demás, y lo había encontrado en sus propias manos. Sus manos tenían el don de provocar reacciones diversas en la gente, pero todas confluían en una misma sensación, la de una paz indescriptible.

Lo vimos partir feliz!







jueves, 18 de abril de 2013

Suceso en MojoSurf

Tenía edad suficiente para poder decir, si llegaba el caso, que había vivido muchas situaciones en esta vida. Pero en realidad, no era así. Fue al cerrar la puerta de la habitación cuando sospeché  que aquella sería una experiencia nueva, y casi estaba dispuesta a afirmar que irrepetible, al menos eso esperaba.

Acababa de llegar a la ciudad. Rubén me acompañó al lugar donde me alojaría durante mi corta estancia. Un hombre bajó las escaleras a toda prisa y con una sonrisa interminable, me dio la bienvenida y me indicó mi habitación, abrió la puerta, encendió la luz y me preguntó:

-Cuál prefieres, la de arriba o la de abajo?

No pude responder a la pregunta. Me había quedado en estado de shock.

-Te hemos preparado la de arriba, pero si quieres te la cambiamos por la de abajo, no pasa nada. Lo importante es que te sientas a gusto.

Rubén también se había quedado en estado de shock, pero reaccionó rápidamente  y cogió la maleta colocándola en una esquina para que no molestara el paso a una muchacha que acababa de entrar en la habitación. Por sus gestos y la expresión de su cara parecía que esperaba ansiosa por nuestra llegada, saludó efusivamente y colocó algo que traía entre las manos sobre una de las camas, como queriendo indicar con ello, que aquella era la suya y que no estaba dispuesta a cambiarla

-Pero qué es esto? –pensé- El camarote de los hermanos Marx?. Prefiero la de abajo si no es mucha molestia, contesté atónita.

Era una habitación pequeña y sin ventanas, con dos literas colocadas a ambos lados y una mesita en medio, a modo de delimitador de espacios entre una y otra. A los pies de una de las literas, estratégicamente colocadas para aprovechar el poco espacio que quedaba, habían cuatro taquillas. La verdad es que casi no reparé en ellas, quería salir de allí a toda prisa.

-Ok! Contestó el hombre de sonrisa perenne. Al fondo tienes la cocina y en la parte alta de la casa tienes la terraza chillout, por si luego quieres subir a tomar una copa con nosotros.

Era ya muy tarde y no habíamos cenado. Decidimos hacerlo cerca del lugar donde luego tendríamos que realizar la primera acción de la campaña que nos mantenía a todos expectantes. Comenzaba la cuenta atrás.

De vuelta a casa reparé en que no sabía donde estaba el baño. No quería encender luces por si molestaba al resto de los huéspedes, así que con la poca luz que emitía mi teléfono móvil fui buscando alguna señal en las puertas que me permitiera dar con el lugar. Lo admito, no fue nada fácil.

Me despertó el sonido de una amena conversación. Voces que charlaban amigablemente y alguna que otra risa. Me levanté y, “a tientas”, logré encontrar en la maleta lo necesario para mi aseo. Abrí la puerta de la habitación. La luz del día me cegaba, así que puse una mano sobre mis ojos y comencé a andar en dirección al baño. Había dado dos pasos cuando alguien dijo:

-Buenos días, has dormido bien?.

De repente me sorprendí en pijama en medio de un grupo de personas a las que no había visto jamás, todas hombres, y que me saludaban con mucha familiaridad, como si en algún otro momento de nuestras vidas hubiéramos compartido algo.

-Buenos días chicos! Soy Rita – dije con voz cantarina, bueno, eso creo, pretendía ser amable y parecer tan cercana como ellos.

Así que, de uno en uno, fueron pasando por mi lado para presentarse y  darme el  beso y/o “achuchón” correspondiente, según lo consideró cada uno.
La puerta del baño estaba cerrada. Alguien me dijo que estaba ocupado y decidí sentarme en el sofá que estaba, también estratégicamente colocado, en medio del salón, junto a la mesa puesta del desayuno, a la que me invitaron a sentarme amablemente, y frente a la puerta del baño.

Cuando salió del baño lo hizo con garbo. Sacudió su media melena rubia y con gesto varonil la colocó hacia atrás.
Lo miré. Me miró. Sonreí. Se asustó. Me ruboricé. Se acercó. No me pude levantar. Se agachó. Me dio un beso. No reaccioné.

-Soy Mauricio y tú?.

Su acento lo delató inmediatamente, su nombre me lo confirmó, era argentino.
No cabía en mi de gozo. Por un instante creí que seguía en mi habitación y que soñaba. No pensé que algo tan “relindo” me pudiera suceder a mí. Finalmente encontré la cordura suficiente para ponerme en pie. Él continuaba hablándome y yo lo miraba fijamente sin escuchar sus palabras, solo podía fijarme en sus inmensos ojos azules.

-Yo soy Rita, acerté a decir finalmente.
-Estarás muchos días con nosotros? Ahora vamos a coger olas, te vienes?
-No, solo estaré dos días, he venido a trabajar!
-A trabajar?. No has venido a practicar surf como nosotros?

No entendí nada pero daba igual. Le pregunté si había terminado de usar el baño para entrar yo. Me lo confirmó con un pequeño gesto con la cabeza. Cogí mis cosas y me dirigí al baño. Cuando estaba a punto de entrar en él, escuché de nuevo su dulce voz con acento argentino que me dijo.

-Creo que esto es tuyo, lo has dejado atrás!.

Cuando me volví a mirar tenía en su mano derecha, colgando de un dedo, a modo de expositor, mis braguitas. Menos mal que yo, y haciendo caso a las recomendaciones de mi abuela, cuando viajo siempre llevo lo mejor que tengo. En esta ocasión era una tanga con estampado animal, muy vintage, de Dolce&Gabana. Al volver a cogerlas, me di cuenta de que todos estaban mirándome.

Entré en el baño y no volví a salir hasta que no estuve completamente segura de que no había nadie por los alrededores.
Todos se habían ido a coger olas, eran surfers, y el lugar en el que yo me estaba quedando era la residencia de la escuela de surf.

No he vuelto a saber de él!!! 
















martes, 1 de enero de 2013

Un adios definitivo





Esperaba ansiosa a que terminara el año para escribir una historia. Pretendía dejar constancia de todo lo que ocurriera hasta su último segundo de vida. Y para no sorprenderme en ese último segundo, continuó dando problemas como señal de su majestuosa fuerza, una fuerza que había decidido ejercer contra mí, provocando tan solo que desease que llegase su ocaso definitivo.

Cuando terminaron de sonar las doce campanadas que lo condenaban a muerte y que, unidas al despejado y multicolor cielo que habían dejado los fuegos de artificio, anunciaban la llegada de uno nuevo, me encontraba bajo los efectos demoledores de una gripe que casi me impedía mantenerme en pie. Aún así, me propuse no dejar que se saliera con la suya. Era el último pulso que echaríamos y quería ganárselo. Así que descorchamos la botella de champán que él había dejado en la nevera para que estuviera en su punto cuando llegara el momento de una gran celebración, llenamos nuestras copas y brindamos por la llegada del nuevo año.

-Salud mami! – me dijo. Brindo contigo por un año mejor. Sólo le pido que sigas a mi lado!

Por un momento hicieron acto de presencia las inevitables lágrimas, aquellas a las que nunca invitas pero que siempre llegan. Claro que, con la sutileza que en ocasiones así me brota desde lo más profundo, las invité, pero a desaparecer de nuestras vidas. Y lo conseguí. Fue mi primera victoria.

-Esto empieza a funcionar! –pensé en voz baja.

Le había costado mucho elegir un vestido para esa noche. Quería que fuera especial. Tenía que ser moderno y elegante, pero no demasiado porque no iría a una gran fiesta; que resaltara su belleza, aún más si cabía, y que la hiciera sentir cómoda. Fue su profundo deseo de hacer que él, a pesar de su ausencia, se sintiera orgulloso de ella, lo que la mantuvo en la búsqueda. Y lo consiguió. Iba guapísima!

-Crees que se sentiría orgulloso de mi? –preguntó mostrando una expresión de enorme satisfacción.

Cuando salió de casa iba cargada de una mezcla indescrptible de emoción, ilusión, alegría y esperanza que, junto a los enormes tacones que eligió para su maravilloso vestido, casi no le permitían andar. Me miró, respiró profundamente y, con una leve sonrisa en su boca, dio el primer paso. La vi alejarse por el largo pasillo que lleva hasta la puerta que da a la calle con paso firme y decidido. Allí la esperaban sus amigos.

Me había quedado sola, pero no me sentía sola.

Al menos esa fue la sensación que tuve cuando, después de cerrar la puerta y apagar algunas luces, me senté en el sofá del salón y retomé la copa de champán que se había quedado a medio beber. La levanté en señal de brindis por todo lo que estaba ocurriendo, como intentando dar las gracias por este comienzo de año y como deseo de que continúe así.

Estaba a punto de irme a la cama cuando sonó el timbre. No esperaba a nadie. Pero alguien había esperado el momento para estar a mi lado. Sabía que su presencia me haría mucho bien.

Nada había ocurrido como imaginé. A veces la imaginación nos juega malas pasadas, otras en cambio nos obsequia con lo mejor que es capaz de dar. Sin embargo no pienso renunciar a seguir dejándola volar, porque es lo que me mantiene con vida.

De modo que decidí no dejar constancia de nada de lo que había ocurrido en el año que acababa de finalizar, para darle la oportunidad al que acababa de nacer. Aposté por él. Apuesto por él. Se que me va sorprender gratamente. Ya ha empezado a dar muestras de ello.