Tenía
edad suficiente para poder decir, si llegaba el caso, que había vivido muchas situaciones en esta vida. Pero en realidad, no era así. Fue al cerrar la puerta de la
habitación cuando sospeché que aquella sería una experiencia nueva, y casi
estaba dispuesta a afirmar que irrepetible, al menos eso esperaba.
Acababa
de llegar a la ciudad. Rubén me acompañó al lugar donde me alojaría durante mi
corta estancia. Un hombre bajó las escaleras a toda prisa y con una sonrisa
interminable, me dio la bienvenida y me indicó mi habitación, abrió la puerta,
encendió la luz y me preguntó:
-Cuál
prefieres, la de arriba o la de abajo?
No
pude responder a la pregunta. Me había quedado en estado de shock.
-Te
hemos preparado la de arriba, pero si quieres te la cambiamos por la de abajo,
no pasa nada. Lo importante es que te sientas a gusto.
Rubén
también se había quedado en estado de shock, pero reaccionó rápidamente y cogió la maleta colocándola en una esquina
para que no molestara el paso a una muchacha que acababa de entrar en la
habitación. Por sus gestos y la expresión de su cara parecía que esperaba
ansiosa por nuestra llegada, saludó efusivamente y colocó algo que traía entre las
manos sobre una de las camas, como queriendo indicar con ello, que aquella era
la suya y que no estaba dispuesta a cambiarla
-Pero
qué es esto? –pensé- El camarote de los hermanos Marx?. Prefiero la de abajo si
no es mucha molestia, contesté atónita.
Era
una habitación pequeña y sin ventanas, con dos literas colocadas a ambos lados
y una mesita en medio, a modo de delimitador de espacios entre una y otra. A
los pies de una de las literas, estratégicamente colocadas para aprovechar el
poco espacio que quedaba, habían cuatro taquillas. La verdad es que casi no
reparé en ellas, quería salir de allí a toda prisa.
-Ok!
Contestó el hombre de sonrisa perenne. Al fondo tienes la cocina y en la parte
alta de la casa tienes la terraza chillout, por si luego quieres subir a tomar
una copa con nosotros.
Era
ya muy tarde y no habíamos cenado. Decidimos hacerlo cerca del lugar donde luego
tendríamos que realizar la primera acción de la campaña que nos mantenía a
todos expectantes. Comenzaba la cuenta atrás.
De
vuelta a casa reparé en que no sabía donde estaba el baño. No quería encender
luces por si molestaba al resto de los huéspedes, así que con la poca luz que
emitía mi teléfono móvil fui buscando alguna señal en las puertas que me
permitiera dar con el lugar. Lo admito, no fue nada fácil.
Me
despertó el sonido de una amena conversación. Voces que charlaban amigablemente
y alguna que otra risa. Me levanté y, “a tientas”, logré encontrar en la maleta
lo necesario para mi aseo. Abrí la puerta de la habitación. La luz del día me
cegaba, así que puse una mano sobre mis ojos y comencé a andar en dirección al
baño. Había dado dos pasos cuando alguien dijo:
-Buenos
días, has dormido bien?.
De
repente me sorprendí en pijama en medio de un grupo de personas a las que no
había visto jamás, todas hombres, y que me saludaban con mucha familiaridad,
como si en algún otro momento de nuestras vidas hubiéramos compartido algo.
-Buenos
días chicos! Soy Rita – dije con voz cantarina, bueno, eso creo, pretendía ser
amable y parecer tan cercana como ellos.
Así
que, de uno en uno, fueron pasando por mi lado para presentarse y darme el beso y/o “achuchón” correspondiente, según lo
consideró cada uno.
La
puerta del baño estaba cerrada. Alguien me dijo que estaba ocupado y decidí
sentarme en el sofá que estaba, también estratégicamente colocado, en medio del
salón, junto a la mesa puesta del desayuno, a la que me invitaron a sentarme
amablemente, y frente a la puerta del baño.
Cuando
salió del baño lo hizo con garbo. Sacudió su media melena rubia y con gesto
varonil la colocó hacia atrás.
Lo
miré. Me miró. Sonreí. Se asustó. Me ruboricé. Se acercó. No me pude levantar.
Se agachó. Me dio un beso. No reaccioné.
Su
acento lo delató inmediatamente, su nombre me lo confirmó, era argentino.
No
cabía en mi de gozo. Por un instante creí que seguía en mi habitación y que
soñaba. No pensé que algo tan “relindo” me pudiera suceder a mí. Finalmente
encontré la cordura suficiente para ponerme en pie. Él continuaba hablándome y
yo lo miraba fijamente sin escuchar sus palabras, solo podía fijarme en sus
inmensos ojos azules.
-Yo
soy Rita, acerté a decir finalmente.
-Estarás
muchos días con nosotros? Ahora vamos a coger olas, te vienes?
-No,
solo estaré dos días, he venido a trabajar!
-A
trabajar?. No has venido a practicar surf como nosotros?
No
entendí nada pero daba igual. Le pregunté si había terminado de usar el baño
para entrar yo. Me lo confirmó con un pequeño gesto con la cabeza. Cogí mis
cosas y me dirigí al baño. Cuando estaba a punto de entrar en él, escuché de
nuevo su dulce voz con acento argentino que me dijo.
-Creo
que esto es tuyo, lo has dejado atrás!.
Cuando
me volví a mirar tenía en su mano derecha, colgando de un dedo, a modo de
expositor, mis braguitas. Menos mal que yo, y haciendo caso a las
recomendaciones de mi abuela, cuando viajo siempre llevo lo mejor que tengo. En
esta ocasión era una tanga con estampado
animal, muy vintage, de Dolce&Gabana. Al volver a cogerlas, me di cuenta de
que todos estaban mirándome.
Entré
en el baño y no volví a salir hasta que no estuve completamente segura de que
no había nadie por los alrededores.
Todos se habían ido a coger olas, eran surfers, y el lugar en el que yo me estaba quedando era la residencia de la escuela de surf.
No
he vuelto a saber de él!!!